Bluey, otra vez

Ya escribí el otro día sobre Bluey, pero hace unos días vi el capítulo llamado The Sign (en mi imaginación lo traduje como El Letrero, pero la traducción oficial al parecer es El Cartel, y me suena pésima traducción porque suena a narcotelenovela) y tenía que escribir algo sobre eso.

The Sign, es el capítulo más largo de la serie, dura como media hora. En este post no voy a hablar mucho sobre la trama y lo que sí voy a decir espero que no sea un spoiler para nadie.

Muchos capítulos de Bluey son muy conmovedores, me asombra en verdad cómo logran que todo sea tan emocional en capítulos tan cortos, por ende mi expectativa por ver el episodio largo era alta, si los creadores logran hacer algo tan bueno en capítulos cortos, pensé que seguramente iban a lograr algo muy bueno con un episodio extendido y no decepcionó. Es chistoso porque ninguna otra serie había logrado que me suscriba a Disney+, pero esta serie se ha vuelto tan relevante para mí que con tal de ver el capítulo con todas las de ley me suscribí para poder verlo. Como ya lo dije antes y creo que se nota, esta es una de mis series favoritas en la actualidad.

El capítulo tiene de todo y hace muchas referencias a otros capítulos y detalles que ya son icónicos de la serie, en sí es un capítulo de Bluey excelente, bueno para fans y bueno para gente que no haya visto nunca la serie. Sin duda te pegará más si ya has visto antes, la serie tiene mucho desarrollo de la historia de la familia y los personajes y la cotidianidad de todos que es lo que más me gusta. Y como dije no quiero centrarme mucho en los hechos del capítulo (recomiendo totalmente que vean esta serie animada de perritos australianos que hablan) pero sí centrarme en que en el momento cumbre, en el cierre del capítulo, lloré. Lloré como hacía mucho tiempo no lloraba al ver alguna serie o película.

Como padre uno siempre se ve en la posición de buscar lo mejor para la familia. Muchas veces es una búsqueda a ciegas, no sabes qué va a ser mejor, solo buscas lo que crees que puede ser mejor. Sabes que tus decisiones, tus aciertos, tus fallas, tus equivocaciones repercutirán en el futuro de la familia, a veces eso puede ser abrumador. Crees que tienes que lograr siempre ser mejor, siempre hacer lo correcto, siempre ser justo, y siempre hay algo que te sale mal y siempre pasa que las cosas que pensaste que serían buenas resultan ser malas. Pero no puedes parar, debes seguir, debes avanzar y a veces fingir que todo está bien aunque no sea así. Pero las cosas se suceden, la vida sigue y no puedes detenerte. Y así como puede haber felicidad también hay situaciones estresantes y eso es lo común, así es como es. Las cosas pasan y las afrontas y las oportunidades aparecen y las tomas o decides no tomarlas pensando que lo mejor es que no haya un cambio en ese momento y debes vivir con eso, pensando que será lo mejor. A veces solo dejas que las cosas pasen, y cuando las cosas suceden y cuando son justo lo que querías hacer y que no necesariamente es lo que deberías hacer sino que la vida se encarga de que las circunstancias fuercen a que hagas lo que querías hacer de verdad… aaaaaah (es un aaaaaah de alivio). En el momento en el que Bandit se libera de la carga que lleva fue como que yo aproveché la emoción y me liberé también. Lloré, lloré de alegría, lloré con mi familia junto a mí y fui muy feliz, lloré también liberando un poco de rabia por la situación de las cosas en Ecuador, lloré creo que por muchas otras cosas, lloré con la esperanza de que mis decisiones sí sean lo mejor para la familia, me liberé.

Bluey es una gran serie, muy entretenida. También es muy emotiva.

Sin luz

Ayer me enteré de que en Ecuador íbamos a tener cortes de luz de 8 horas por la crisis energética que nos cayó “de sorpresa”. Empecé a pensar en las posibilidades. Cómo hacer para poder seguir trabajando remoto desde la casa si no voy a tener luz desde las 10h00 hasta las 18h00. Bueno se puede hacer un par de horas en la mañana y luego buscar algún otro lugar al que ir. Pero no, viendo los horarios veo que lo mejor será hacer lo de los otros días, ir a donde mi pana que tiene luz toda la mañana hasta las 13h00 y luego ver qué hago. Tal vez sea un día tranquilo y no sea necesario que me conecte hasta las 18h00, pero ya tengo algunas cosas pactadas para la mañana y es importante. El presidente decretó que no haya jornada laboral, pero he ahí, nadie va a dejar de trabajar (o al menos eso dicen), de repente siguen llegando más y más anuncios, se confirma que oficialmente la empresa me dice que no deje de trabajar, que la jornada será “normal” (al menos lo más normal que se pueda) entonces sí necesito ayuda para al menos en la mañana tener una jornada de trabajo aceptable. Y llega otro anuncio, es posible que por los cortes de luz también me quede sin agua, porque las bombas que distribuyen el agua a mi sector dependen de la energía eléctrica y ya pues, y entonces pienso que debo ir a la tienda a ver un nuevo botellón de agua, lleno una caneca de agua para tener por si acaso, salgo. Mientras me subo al auto (porque claro debo ir en auto a la tienda) pienso que el siguiente día va a ser complicado, en la radio están transmitiendo un noticiero que habla de tramas de corrupción y sabotaje y ataques de políticos y funcionarios despedidos de las instituciones del estado relacionadas con la generación y distribución eléctrica y pienso que son unos malditos, que todo esto no debería estar pasando que se pudo haber evitado si alguien con media porción de sentido común hubiera querido hacer algo, llego a la tienda y todo está completamente normal. Compro el agua. Mientras subo y escucho más noticias que de alguna forma buscan culpables y quieren posicionar una historia me revienta la cabeza, recuerdo que estoy solo en el auto y grito, maldigo. Llego a la casa y subo el botellón. La noche transcurre tranquila.

Hoy me levanté y no me habían quitado la luz, muy bien. Al parecer el horario se cumplirá. Me preparé y salí a donde mi pana. El tráfico muy ligero. El trabajo normal dentro de lo que cabe. Productivo también. Durante el día buenas noticias. De repente un fuerte problema. Justo hoy. Tal vez por la falta de energía. Ya dan las 13h00 y debo moverme. Espero que no sea muy necesario que me conecte. Al no haber energía eléctrica tampoco hay buena señal de celular ni de internet móvil. Pero está ese problema, intermitentemente veo que se está arreglando, pero me estresa pensar que no estoy pudiendo ayudar como quisiera. En el camino a mi casa voy pensando que necesito un cajero automático, encuentro uno pero no hay luz, uno da por sentado tantas cosas, estar sin energía eléctrica te rompe el flujo del pensamiento también al parecer, los cajeros automáticos tampoco están disponibles si no hay luz. Me río. Llegar al hogar e intermitentemente seguir enterándome de todo. Hacer las cosas que se pueden hacer sin luz, la laptop tiene batería, no es del todo un desperdicio de tiempo, aunque lo mejor sería aceptar lo lógico, que no se puede trabajar del todo bien sin energía, pero igual algo se puede hacer. Y luego pensar en más posibilidades, tal vez hubiera sido mejor si, pero qué menso cómo no pensé en, aunque mejor si hice así porque, pero no pues si hacía eso otro capaz que. Y todo sigue. Eventualmente va a llover, eventualmente volveremos a tener energía.

Las situaciones de la vida a veces requieren que uno se adapte. Claro, uno se puede adaptar. ¿Pero hasta qué punto te puedes adaptar?

Recuerdo Reloco: Carta al gerente

Hace años, justo entre que renuncié a un trabajo y fundé la empresa, me contrataron para un proyecto que iba a desarrollarse en Perú.

De alguna forma estaba viviendo el sueño, sentía que tenía razón, que ese era el camino adecuado, era un man joven implementando una herramienta que nadie conocía, las cosas iban a pedir de boca… y se me subieron los humos.

No estaba de acuerdo con la forma cómo se estaba llevando el proyecto por parte del gerente de la empresa que me contrató y en mi delirio le envié un correo indicándole todo lo que estaba mal (según yo) en su gestión.

Me acuerdo y me da hasta un poco de vergüenza. Qué desubicado.

Le dije hasta que pronunciaba mal los nombres de algunas de las herramientas que usábamos. Que debía subir su nivel. Una cosa de lo último.

Me respondió que iba a acoger algunos de mis comentarios pero que no iba a cambiar la forma cómo llevaba las cosas, que al final quien decidía era él. Obviamente la relación laboral se fue al carajo.

No sé qué me hizo pensar que eso era buena idea. Es sin duda una de las cosas más inmaduras que hice nunca. Desde una posición absurda de supuesta superioridad le escribí una carta pasivo agresiva a la persona que me había contratado, no me botó porque mismo mismo no había nadie más que pueda hacer eso en ese momento.

Luego de varios años, contraté a una persona para un proyecto. Un día me llegó un correo de él, era básicamente el mismo correo que yo envié en ese entonces. Primero me impactó, para esa persona yo era igual de mal gerente que esa persona a la que yo había desdeñado. Luego me dio risa, bien merecido me lo tenía.

¿De qué te arrepientes?

Esta publicación es de alguna forma una continuación de esta otra donde conté cómo fuimos decidiendo y aceptando lo que hacía y no hacía la empresa.

Hace unos días leí un tweet de Jason Fried (porque no soy solo fan de sus libros, es uno de mis referentes definitivamente y lo sigo en Twitter y en su sus publicaciones en HEY World) donde comenta esta pregunta: ¿Qué te hubiera gustado conocer en ese momento de lo que sabes ahora?, y que por extensión me llevó a la pregunta que le da título a esta publicación: ¿De qué te arrepientes?

Es cargoso ponerse a pensar en eso. Leí mi post de Qué dizque hace la empresa y di un breve repaso a la decisión final que tomamos. Luego de más de diez años creo que no fue la decisión correcta, pero puedo decir que no fue la decisión correcta solamente ahora, en ese momento, en esa circunstancia con las variables de ese momento en nuestras vidas, tenía toda la lógica.

Estábamos entrando en una pequeña escala en el negocio del desarrollo web, estábamos encaminados en ese negocio, pero era un largo camino rumbo a la relevancia. Ciertamente, no daba ninguna garantía para ninguno de los involucrados en la empresa, pero para mi esposa y para mí estaba empezando a funcionar, peeeero teníamos esa desesperación de tener algo para que el resto de gente quiera también venir, era como esa sensación de que si vienen más a arriesgar en conjunto va a ser más llevadero (y luego cuando logré eso también fue algo que de lo que me arrepentí). Esos pequeños negocios de crear webs y pequeñas aplicaciones no brindaban certeza pero nos gustaban. Luego aparecieron grandes negocios asociados a nuestros conocimientos de herramientas que ya conocíamos y vino la decisión, entremos a esos negocios, demos esos servicios, es lo lógico, es lo que se debería hacer y así habrá dinero y vendrán todos a la empresa y ya no estaremos solos. Y me arrepiento de eso, porque al haber estado solo los dos éramos felices y estábamos haciendo cosas que nos gustaban, luego vinieron los otros y empezaron un montón de problemas que no teníamos antes y empezamos a meternos en un negocio que no nos agradaba ya pero en el cual éramos buenos y luego la gente se fue y volvimos a quedar los dos y nos quedamos en la misma línea de negocio.

Dimos unos cuantos buenos años dando esos servicios pero sin disfrutarlo del todo. Muchos factores relativos a ese negocio ya no iban con nosotros, pero bueno, estando solo los dos con el nuevo equipo que fuimos formando fue mejor, fue más disfrutable. Si no hubiéramos seguido con esa línea no hubiéramos llegado a conocer a personas con las que hemos trabajado y que ahora son importantes para nosotros.

Pero viéndolo desde este punto del tiempo me arrepiento de haber cambiado a los pequeños negocios web por los grandes proyectos de software empresarial, visto de forma rápida los proyectos eran super rentables pero no eran tanto así, eran muy complejos, las herramientas no se adaptaban lo suficiente, sus procesos de venta eran largos y extenuantes, pero había movimiento y nos especializamos y fuimos los mejores (lo digo sin temor a equivocarme y sin fingir modestia, los mejores, duela a quien le duela, técnicamente nadie, ni los que trabajaban directamente para la marca, era mejor que nosotros) pero proyectos con cifras elevadas son imanes de problemas y de maldad, y eso sí nunca hemos sido buenos para ser malos.

La falla también fue que esa hiperespecialización nos dejó con un conocimiento demasiado específico y estoy seguro que si hubiéramos continuado con la línea de lo web hubiéramos tenido conocimiento y experiencia más general. Es el dilema de qué quieres ser: especialista o generalista. Ambos caminos válidos, ninguno certero, ambos con potencial para poder alcanzar éxito.

Quiero creer que podemos cambiar y podemos rearrancar en un nuevo negocio, quiero creer que con el conocimiento de esta década y pico podemos lograr cosas diferentes y buenas. Tal vez de aquí a diez años regrese a ver a este punto y lo que estamos haciendo me deje decir – No me arrepiento de nada.

Recuerdo Reloco: Lectura de carta a los héroes del Tiwintza

Escribir este tipo de posts me está gatillando un montón de recuerdos divertidos.

Uno de los que se me vinieron es uno de la escuela, en plena época de la guerra con Perú, de no cederemos un milímetro más, de Sixto gritando ni un paso atrás en el balcón de Carondelet y todas esas cosas. En la escuela nos tenían en constante actividad, nos sacaron a marchas por las calles cargando banderas y toda la cosa.

Ya para ese entonces (muy a mi pesar) me había ganado fama de que podía leer bien y por ende me llevaban en cada minuto cívico a leer cosas y en esa época no era la excepción. La diferencia esta vez fue que me pidieron que yo mismo escriba una carta como que mi padre hubiera ido a la guerra para que la lea en frente de toda la escuela. La parte de escribir la carta no estuvo tan complicado, mi tío sí estaba en el frente de batalla y pensando un poco en él la carta fluyó. La parte de leer lo que escribí no estuvo tan sencilla, nunca antes había tenido que leer algo escrito por mí frente a tanta gente.

El momento de leer me puse muy nervioso, tan nervioso que me empezó a temblar la voz, empecé a confundir palabras, leí todo mal, hice pausas para tratar de calmarme pero todo fue inútil. Seguía leyendo a pesar de todo y cuando terminé sucedió algo que no me esperaba. Por un lado, tremendo aplauso de todo el mundo, luego regreso a ver, unas profesoras que estaban atrás mío lloraban, el director de la escuela me palmeó y me dijo algo así como – muy bien, fuerza, hijo – bajé rumbo a donde estaban los de mi grado y mis amigos que sabían que mi papá no estaba en la guerra y me dijeron que qué buena actuación, que hasta parecía como que lloraba. Resulta que todo el mundo se conmovió con mi carta, muchos creyeron que mi padre estaba en la guerra y por eso lloré leyendo.

Con el tiempo me ha tocado hablar frente a muchas audiencias, y poco a poco se me ha ido haciendo más fácil, principalmente porque me he obsesionado con hablar sin mucha ceremonia y creo que me he hecho relativamente bueno en eso.

Me acordé de esto que había estado sepultado en mi mente, en parte lo comparto para no olvidarlo de nuevo.

Recuerdo Reloco: Funda de caramelos

En esas cosas que uno recuerda de forma esporádica y a propósito de la época navideña que recién pasamos, se me vino a la mente la primera vez que me robaron.

Es raro, son de esas cosas que uno tiene sepultadas en el cerebro pero que cuando vienen llegan muy vívidas. Pienso y pienso en ese momento y más detalles vienen a mi mente.

Yo tenía unos 8 años, fue el día del agasajo navideño en mi escuela, nos regalaron un tren de madera y una funda de caramelos. El tren de madera en ese momento me pareció un regalo más bien malo, aburrido, pero resultó ser un gran juguete, horas y horas de diversión. La funda de caramelos, por otro lado, se veía muy bien, tenía caramelos y chocolates que me gustaban.

El agasajo terminó y salimos temprano. Recuerdo que fuimos con mi mami a un almacén de ropa (¿o de zapatos?) y ella se estaba probando algo. Yo estaba deambulando por la tienda, abrazado a mi funda de caramelos, salí un rato y estaba en la puerta viendo algo en la vitrina, un tanto despistado, no me di cuenta cuando esos niños se acercaron.

– Regálame unos caramelos – me asusté un poco, eran un niño como de mi edad y una niña pequeña – No – no sé por qué dije que no, con mirada de súplica él me volvió a decir – dame unos caramelos – en ese momento se me pasó por la mente regalarle la funda de caramelos, pero pensé que sería tonto de mi parte regalar toda esa funda buena de caramelos a un niño desconocido, me imaginé a la gente diciéndome – de gana lo hiciste – también a otros diciendo – qué bien eres un buen niño – y mientras me quedé colgado pensando eso – dame los caramelos – el niño ya no estaba suplicante, estaba molesto. Agarró la funda con fuerza, empezó a halar, por instinto la sujeté con fuerza, en medio del forcejeo pensé que igual yo pensaba dársela y viendo que estaba por romperse la solté. Los niños se fueron corriendo. Entré al local y le dije a mi mamá que ese niño me quitó mis caramelos. No lo procesé en ese momento pero claro, me había quitado por la fuerza algo mío. Me había robado.

No me acuerdo si lloré, me acuerdo que mi mami me abrazaba y me decía que no era problema que todo estaba bien. En la noche, al llegar de su trabajo, mi papá llegó con una mega gigante funda de caramelos que recuerdo como mil veces mejor que la que solté. Yo estaba feliz.

Recuerdo el rostro del niño, cómo pasó de tranquilo a enojado luego de mi negativa, tenía los ojos saltones, oscuros. ¿Qué habrá sido de él? ¿Se acordará del hecho? ¿Sus padres se darían cuenta de que me robó esos caramelos? ¿Le dirían que estuvo bien o mal lo que hizo? ¿Tenía a sus padres? ¿Luego de eso tendría una buena vida o solo siguió por ese camino y siguió robando cosas? ¿Tenía opción?

Recordando esto se me metió en la cabeza lo diferente que hubiera sido si simplemente le regalaba los caramelos cuando los pidió. Qué diferente hubiera sido. En mi recuerdo estaría el día que decidí regalar esos caramelos a un desconocido que los necesitaba (o solo los quería) más que yo. Si él recuerda el episodio, también tendría ese recuerdo de cuando un niño desconocido le regaló sus caramelos sin dudar y no de cómo se los arranchó. Tal vez hubiera sido mejor, tal vez no.

Recuerdo reloco: Crayones

Mi esposa le compró unos crayones a mi hija y se me gatilló un recuerdo de la infancia. Uno que obviamente está relacionado con crayones.

Cuando estaba en el jardín de infantes (preescolar, kinder, 1° de básica o como quieran llamarle) uno de los útiles escolares era una caja de crayones. Cada guagua tenía un espacio en un anaquel donde dejábamos nuestras cosas. A mí me gustaban particularmente esos crayones, y de una forma un tanto obsesiva empecé a cuidarlos. Los usaba con mucho cuidado y por varios meses logré que no se rompan. La mayoría de mis compañeros tenían sus crayones destrozados (como normalmente, de hecho los crayones de mi hija ya está rotos para el momento en el que escribo esto) y yo sentía cierto orgullo de tener mis crayones intactos. Un día fui a coger mi caja de crayones, que sí era mi caja de crayones, pero al abrirla me encontré con los crayones destrozados. Pero no solo destrozados, muy usados, es decir no eran mis crayones rotos y vueltos a poner en mi caja, eran los crayones de alguien más. ¿De quién exactamente? no lo sé, había un pequeño grupo de guambras bullies, 5 niños que eran tirados a bacanes. Yo sabía que podrían haber sido ellos, de hecho cuando vi mi caja de crayones con los crayones rotos, tengo en un flashazo de memoria, la cara de uno de ellos creo que se llamaba Raúl o Ramiro que me quedó viendo como con malicia. Mi primer impulso fue reclamarles a ellos pero me dio miedo. Fui a decirle a mi profesora que me habían cambiado los crayones, ella vio mi caja, vio que tenía crayones y dijo – Pero ahí están tus crayones – y le dije que no eran mis crayones que mis crayones estaban perfectos. Me quedó viendo con cara de incredulidad – Ahí están tus crayones.

No me acuerdo si lloré. No me acuerdo qué hice luego, me acuerdo que luego esos seguían siendo mis crayones y seguramente los crayones perfectos ya estaban igual de rotos que los que yo tenía ahora. Igual eran crayones, igual pintaban. Me acuerdo que me dio mucha rabia pero nada más.

Como la mente es así como una espiral a veces, el recuerdo de los crayones me despertó otro más. Cuando ya estuve en primer grado, uno de estos bullies se acercó el primer o segundo día de clases a joderme. Yo estaba sentado en una grada en el recreo con mi lonchera en la mano. Era una lonchera verde de plástico, no me acuerdo de qué personaje. Me molestaba y me molestaba el man, y me acuerdo pensar que si no hacía algo el man no iba a dejar de joderme, y me acuerdo no haber pensado mucho el rato que agarré mi lonchera y le di dos loncherazos en la cabeza. El pobre diablo se fue llorando sin saber qué hacer. Ya no me molestó nunca más.

Me pongo a pensar en mi hija, en que debe ir a una escuela y debe vivir experiencias como esas. Que debe aprender a defenderse y a cuidar también a los otros. Me emociona pensar todo lo que le queda por aprender y me preocupa el que debo aprender a que ella enfrente sus líos sin meterme mucho pero sin dejarla tampoco sola. Qué complicado es esto de ser padre, lo más lindo y lo más estresante. Por el momento trato de hacerle entender que hay cosas que no importan tanto, como por ejemplo que que unos crayones se rompan no es tan importante.

Recuerdo Reloco: Visita de ventas

En la entrada anterior ya les conté un poco de lo mal que nos fue al inicio. Con la salida del socio que se iba a dedicar a las ventas tuvimos que improvisar y como buenas personas de sistemas pensamos que iba a ser sencillo empezar a hacer la gestión comercial… y claro no lo era.

En ese momento sí fue un choque con la realidad. No sabíamos ni qué hacíamos exactamente, no teníamos una cartera de clientes, no teníamos experiencia vendiendo (en este momento recordando esto me quedo un poco estupefacto, no sé cómo hicimos todo lo que que hemos hecho hasta ahora) así que empezamos a echar ideas y ver qué podíamos hacer.

Ya les había comentado que nuestros primeros proyectos fueron hacer un par de sitios web, eso fue bueno para arrancar y tener algo de dinero. Pero no había nada seguro. Nos apegamos a la idea inicial y empezamos a analizar productos de código abierto que podríamos aprender a utilizar y a desplegar y entregar servicios, en cierta forma era lo que habíamos hecho ya, pero claro, no teníamos la experiencia. Pero bueno creo que con lo que conté anteriormente y lo que he escrito en esta entrada hasta el momento ya queda clara la confusión y la incertidumbre que teníamos en ese entonces.

En esas actividades iniciales empezamos a analizar quién dentro de nuestro entorno podría resultar un cliente y nuestros familiares empezaron a correr la voz con sus conocidos. Me imagino que igual todos notaban lo arriesgado que había sido todo. En fin, con este boca en boca que se empezó a armar conseguimos una cita para hacer una visita de ventas que yo considero como la primera… aunque objetivamente no fue la primera, pero bueno.

Llamamos un taxi y nos encaminamos hacia la reunión. Recuerdo que estábamos super nerviosos, tomé la mano de mi novia (por si no han leído las entradas anteriores, mi socia fundadora era mi novia, y hoy por hoy mi esposa… y ya les he de contar más sobre eso) y solo nos faltaba temblar de lo angustiados que estábamos. En realidad ninguno de los dos tenía claro qué íbamos a hacer, a decir, a ofrecer. Habíamos estado en reuniones y habíamos tratado con clientes, pero esta era la primera visita que hacíamos así en frío para ofrecer las soluciones que pensábamos podían dar resultado pero que en realidad desconocíamos.

Ese momento lo tengo grabado en la mente, ese trayecto eterno hasta llegar a la reunión, esa sensación de ¡qué diablos!.

Llegamos y la reunión fue bien dentro de lo que cabe. Creo que nuestra falta de experiencia fue notoria, así como nuestra falta de conocimiento de la solución. Pero no pasó nada más. No sé qué impresión habremos dejado, seguramente no la mejor, pero igual no pasó nada más. Y ese momento, el de la salida de la reunión, también lo tengo grabado en la mente, esa sensación de que igual y sí podríamos tener más reuniones así y tal vez sí podríamos arrancar con la empresa. Luego de todo el estrés del trayecto de ida, el trayecto de regreso fue super tranquilo.

Con el tiempo tuvimos chance de aprender, de entender las cosas, de definir bien bien (o al menos mejor) lo que hacíamos, pero definitivamente vivir esas experiencias, sobreponerse a la incertidumbre y por último también hacerse a la idea de que todo depende de ti y lo de lo que haces o dejas de hacer pesa al final, vivir todo eso es lo emocionante, no siempre bueno, no siempre fácil, pero tampoco siempre malo y siempre difícil. Es un camino que recorrimos con estos pasos iniciales no tan bien calculados, con el tiempo eso se dejó notar, pero sea como sea fuimos lográndolo.

Realmente me emociona recordar estas cosas.

Varado

Tuve que hacer una visita técnica. Gajes del oficio, a veces es necesario salir aunque prefiero no hacerlo ante las circunstancias pandémicas actuales.

La costumbre me hizo moverme en mi auto por las mismas rutas de siempre, enrarecidas por la falta de tráfico, la misma costumbre me hizo llegar al destino y estacionarme en la calle, aunque la lógica debió hacerme intuir que podría encontrar parqueo en el edificio al que me dirigía. Me detuve. Pagué por un par de horas de parqueo. Caminé.

La calle a pie también extraña. La poca gente con la que me crucé, con sus mascarillas. Llegué.

La visita nada inusual, llega un momento en que algunas cosas se vuelven típicas, aunque igual hay algo de asombroso en entrar a un datacenter, una vez que viste uno, los viste más o menos a todos, tal vez ver uno más masivo sea digno de recordar. Efectivamente pude haber parqueado en el edificio – no importa – pensé, tampoco quise ir al auto de nuevo, ya había pagado el parqueo. Ya nada.

Luego del par de horas, regresé al auto. Aquí empieza realmente este post.

Saqué el control para quitar la alarma y abrir las puertas del auto. Nada. No se abren. Un escalofrío porque recuerdo cuando me robaron el cerebro de un auto anterior. Rayos. ¿Me robaron? Inspecciono el auto y no veo señales sospechosas, está bien, pero no se abre.

Recuerdo que hace unas semanas el control de la alarma me había dado problemas, al parecer las baterías de este control estaban por acabarse, no las había cambiado, en esa ocasión un par de golpes habían dado resultado, y el control hizo lo suyo. Esta vez no.

La llave y el control de repuesto están en la casa. Llamo para que me envíen la llave. Las apps de delivery y mensajería no son muy de mi agrado pero por la situación decidimos hacer el envío por una de ellas… En 15 minutos llegará la llave para poder subirme al auto y regresar. Espero.

Me fijo un poco más en lo que sucede alrededor, sigo golpeando el control en espera de hacer la magia que lo haga funcionar de nuevo. Mucha gente, más de la que esperaba pasa junto a mí, muchos usan mal sus mascarillas, narices destapadas, mascarillas cubriendo cuellos y quijadas pero no bocas, una persona me pregunta una dirección, ya no recuerdo dónde queda nada, me alejo porque se acerca demasiado para preguntarme.

Todo el tiempo desde que me bajé del auto me he estado rociando con desinfectante las manos, al esperar doy varias vueltas alrededor del auto, busco rastros sospechosos algo que me dé algún indicio de lo que está pasando. Me asomo por las ventanas de mi auto y veo con insistencia tratando de tranquilizarme y diciéndome que no me pudieron haber robado todo se veía muy bien, nada violentado. Vuelvo a ver alrededor y veo una patrulla de policía en la esquina, las dos horas de parqueo que había pagado se terminan. El chico del parqueo se asoma, le pago una hora más. Veo también cómo la ciudad sigue estando activa a pesar de todo, veo para mi pesar, demasiados autos – deberíamos estar todos en las casas – veo a una familia pidiendo caridad en una esquina. La persona que me había preguntado la dirección pasa de regreso y me queda viendo raro, se ofendió por mi reacción de alejarme. Me llama la atención ver a tanta gente caminando. El estar en mi casa al nivel en el que estoy me ha hecho un poco temeroso.

Llega el chico del delivery. Me entrega la llave de repuesto – Al fin – pienso, ya me podré ir. El chico se va, saco la llave de la envoltura, presiono el botón del control que estoy seguro que sí tiene batería. Nada. – ¡Diablos!, ¿qué pasó? – le doy golpes a este control también, aplasto los botones de ambos controles al mismo tiempo. Nada. Ya necesito irme. Mi esposa me recuerda que como parte del seguro hay el servicio de apertura de puertas por llaves olvidadas. Llamo. Una persona vendrá en media hora para ayudarme.

Pasa una hora más… sigo dando vueltas alrededor del auto, la patrulla de policía se va. El chico del parqueadero se acerca, le pago una hora más, me dice – Los policías son racistas, si yo hubiera estado dando vueltas alrededor de su auto como está usted, hace rato hubieran venido a preguntarme qué estoy haciendo y a pedirme que me vaya – no sé qué responder, siento una profunda vergüenza del estado actual de las cosas. Qué le puedo decir a esta persona que no suene tonto – Qué huevada – no atino a decir más.

La persona que me va a ayudar a abrir el auto llega. Tiene muchas herramientas para lograr hace que el seguro salte y pueda ingresar al auto – ¿Se le quedó la llave adentro? – yo muestro la llave, las dos, en mi mano – No, aquí está, pero el control de la alarma no quita los seguros – me mira tratando de no reírse – Y por qué no abre la puerta con la llave y vemos qué pasa – tengo un miedo irracional a estorbar, no quería que al abrir la puerta la alarma quede sonando y estorbe con el ruido a todo el mundo que estaba por ahí y el control de la alarma no servía y no iba a poder apagarla y se iba a acabar la batería y alguien debía venir a desactivar la alarma y me tocaba ver una wincha y la pandemia y toda esa gente cerca de mí y cerca de mi auto … pongo la llave, quito el seguro a la vieja usanza, la alarma suena, abro la puerta aplasto el botón del control remoto (del que no tenía batería supuestamente) la alarma se detiene. El señor del seguro me dice que no hay problema, que son cosas que pasan, que está para servirme. Le agradezco. Realmente no me importa nada más que estar dentro del auto (aunque me siento un poco tonto).

Mientras me preparo para ya irme a mi casa miro a la familia que está en el semáforo pidiendo caridad… el chico del parqueo ha terminado su turno, se acerca a la familia y les da unas monedas. Enciendo el auto y me voy.

La ciudad está enrarecida, yo estoy enrarecido, alienado. Pero ya no estoy varado.

¡Cómo le ayuda a la mujer!

El otro día me crucé con este video. Me dejó pensando un montón en qué papel estoy teniendo en mi casa.

Me dejó pensando en serio, al punto que ya han pasado algunos meses y recién me animo a escribir sobre esto.

Yo siempre me he considerado un tipo que ayudaba en la casa, desde que me casé siempre estuvimos dividiéndonos algunas actividades con mi esposa para mantener las cosas en orden y las compras y la administración del hogar y etc.

En ese tiempo ya se instauró en mí la idea de que no es que yo ayudaba en la casa, como si yo fuera un ente externo, como si yo estuviera dandos mis servicios tercerizados de limpieza, no es una ayuda es una responsabilidad. Entonces cuando vi el video me sentí realizado en los primeros segundos porque decían cosas que coincidían con esto que yo ya había concluído por mi cuenta. No es una ayuda es una responsabilidad.

De hecho esta responsabilidad compartida se convertía diariamente en algo más que se podía compartir que podía llegar a ser hasta divertido. Ya conté en otra ocasión sobre mi afición con lavar los platos, por ejemplo, pero así con la mayoría de actividades de la casa. Obviamente hay cosas que gustan más que otras pero eso ya qué, tampoco voy a decir que planchar es mi pasión.

Con el tiempo y en relación a esto he escuchado un montón de cosas, la primerita de siempre es «¡Qué bestia! ¡cómo le ayuda a la mujer!» y bueno eso ya está más que dicho en este texto, no es ayuda, es simplemente parte de mi responsabilidad. Conforme uno va desempeñándose en las tareas domésticas también va ganando experiencia y pericia, cada vez se hacen las cosas de mejor manera y claro eso se nota, y ahí me gané uno de los comentarios que más orgullo me produjo y que hasta hoy guardo, una señora ya de edad me dijo «Oiga Andrés, todo hace bien en la casa, como si fuera mujer», orgullo muchachos, orgullo fue lo que sentí cuando me dijo eso. Y claro yo feliz, me sentía lo máximo, no solo que me gustaba hacer estas actividades, las hacía bien.

Pero, vi ese video. Y al final me di cuenta que hay mucho más que puedo hacer, al final dejo mucho de la carga de las decisiones de la casa y de la coordinación de las actividades sobre mi esposa. Noto que ese es un punto que debo mejorar, soy muy cómodo en contar con que ella hace la lista de compras, ella está al día en lo que debemos hacer y lo que hace falta en la casa y es algo que tengo pendiente y que quiero hacer. No es justo que ella tenga que estar pendiente de cosas que inclusive son netamente mi responsabilidad y que tenga que recordarme si ya hice o no hice cierta cosa. Es poner toda esa carga sobre ella y como digo no es justo. No sé cuánto tiempo me tome pero estoy enfocado en esto, llegará el día en que ella ya no tenga que insistir e insistir en cosas que debo hacer, llegará el día en que yo ya deje de ser un despistado y pueda compartir estas actividades de mejor manera.

Hay tantas cosas en las que debemos mejorar como hombres para una convivencia mejor y con mayor igualdad, empezar con esto super básico desde la casa, me parece buen primer paso.