Las empresas no son máquinas

Las empresas no son máquinas, no son estructuras que puedes agarrar y cambiar una parte y listo, arreglado.

Hay una cosa como de obsesión con relación a optimizarlo todo. Está bien buscar que la empresa sea eficiente, que funcione bien, que mejore en lo que tenga que mejorar, es necesario ir mejorando. Pero hay algo como obsesivo en busca de optimizar que llega, de cierta forma, a degenerar esa búsqueda noble de la excelencia.

Las empresas no son máquinas.

Un área está funcionando bien pero les llega la orden de que deben encontrar «eficiencias». Entonces empiezan a buscar cómo recortar costos, toman la decisión de botar a un par de personas, de pronto la gente se desmoraliza, el trabajo de esas dos personas se reparte entre los otros que empiezan a no hacer tan bien como antes las cosas que ya hacían y tampoco hacen tan bien lo nuevo que les cayó, la gente se empieza a quemar porque para cumplir con lo uno y con lo otro empiezan a trabajar sobretiempo que no puede ser pagado porque el área sigue en búsqueda de «eficientar» sus costos y entonces nada de horas extra, al ver que todo se está yendo medio al carajo deciden contratar a dos personas nuevas que hagan el trabajo de los anteriores, pero la curva de aprendizaje lleva su tiempo y la gente antigua no los apoya tanto, los ve como amenaza de que los van a reemplazar, la gente empieza a buscar otras cosas antes de ser reemplazados, se da un gran éxodo de gente, el área queda hecha leña.

Las empresas no son máquinas.

Cambias a una persona por una persona con mucho más currículum, listo, optimizado. No funciona así, siempre todo mundo necesita un tiempo de adaptación, optimizar partes de la empresa como que fuera una máquina no sirve. No puedes pensar que pones un repuesto diferente en la empresa y listo todo se arregla, es un proceso siempre, es una complicación siempre.

Las empresa no son máquinas.

La única parte de las empresas que es una máquina son sus máquinas. El resto, todo, es interacción humana, la gente duda, la gente envidia, la gente busca sobresalir, pero también la gente trabaja, la gente hace que las cosas funcionen. Por eso la cultura de la organización es tan importante, por eso es tan necesario que se cuide la forma como se trata la gente y definir el estilo, la comunicación, que las cosas sean más positivas que negativas para poder avanzar.

Las empresas no son máquinas, son más bien pequeños caos, errores a punto de suceder, problemas por explotar, y ahí está lo divertido, ver cómo, día a día, esas personas que se juntan para trabajar y hacer las cosas de la empresa logran evitar que esos errores sucedan, solucionan esos problemas y logran que el pequeño caos funcione rumbo a un objetivo común.

La cultura de estar muy ocupado

Me topé el otro día con este artículo de Harvard Business Review que se llama «How to defeat busy culture» donde se habla de la cultura de organizaciones donde todo el mundo pasa a full todo el tiempo, no solo el tiempo laboral, todo el tiempo. Es algo que cada vez se hace más común pero que no es normal. Repito, no es normal.

Hace un tiempo hablé ya sobre esto en mi post Trabajo como loco pero leyendo este artículo me dieron ganas de escribir de nuevo sobre lo importante de implantar un estilo de trabajo calmado, principalmente haciendo hincapié en lo importante de poner ejemplo de cómo se debe hacer.

La cultura organizacional no es algo que se crea solo escribiendo los enunciados de misión y visión y los valores, la cultura de la organización es algo que se da en las interacciones de persona a persona en la empresa, algo que se va construyendo y se define por los comportamientos que son sostenidos en el tiempo, todo depende de la calidad de esas interacciones y esos comportamientos habituales para ver si tienes una cultura positiva o negativa. No es algo que coges y cambias de la noche a la mañana poniendo una frase junto al logo o poniendo una mascota con frases motivacionales en áreas comunes y redes sociales. La cultura es algo que se pasa de uno a otro y aunque todas las interacciones cuentan, las principales, las más notorias y que terminan siendo determinantes son las interacciones de los directivos de la empresa.

Un gerente no puede decir que valora el balance de trabajo y vida de sus empleados si es un trabajólico que pasa enviando correos y mensajes a cualquier hora del día, cualquier día de la semana. El ejemplo de lo que se considera buen trabajo debe venir desde la dirigencia de la compañía, si son personas que mandan un mensaje de que debes trabajar muchísimas horas al día y ser obsesivos con el trabajo eso es lo que se queda en la cultura de la organización.

En el artículo que les compartí al inicio justamente se recalca eso. Que son las personas en posición de liderazgo quienes deben ir definiendo la forma adecuada de trabajo, evitando que la gente entre en el bucle de trabajar sin parar, evitando que la cultura de la empresa llegue a fundir a las personas. Deben enseñar que está bien ser selectivos con cómo se utiliza el tiempo, que está bien decir que no a una reunión, que está permitido manejar el tiempo como le resulte mejor a cada quien, que está bien desconectarse, que no está bien buscar a la gente a cualquier hora o en sus vacaciones.

El trabajo es algo valioso, hay que hacerlo y hay que hacerlo bien, pero vivir ocupado con cosas del trabajo o (peor) hacer del trabajo tu vida simplemente no es sostenible en el largo plazo. Simplemente, no es normal.

El sentido de la vida

El otro día me encontré con esta publicación de Zen Pencils. Ilustra super chévere un fragmento de un discurso de graduación dado por Bill Watterson, el creador de Calvin y Hobbes. Es chévere porque lo ilustra al estilo de Watterson, pero es más chévere aún por el mensaje.

Este es un post corto, más por el gusto de compartir este webcomic que me gustó. También para reafirmar lo que ahí dice:

Inventar tu propio sentido de la vida no es fácil, pero aún está permitido, y creo que serás más fácil si te tomas la molestia.

Así como dato, la publicación de Zen Pencils es de 2013 e ilustra un discurso que Watterson dio en 1990 (les dejo el enlace del discurso completo). Qué poder tenemos, hoy por hoy, de poder encontrar información así de fácil y también qué importante es compartir nuestra experiencia humana, uno nunca sabe cuándo a alguien más le va a servir.

Les dejo el webcomic completo acá también si les da pereza ir a la publicación original.

Interrupciones

¿Les suena esta situación?

¿Y esta?

(Las dos caricaturas anteriores son sacadas de Work Chronicles. Agradezco mucho a Bob por permitirme usar su trabajo para ilustrar mis posts. Les recomiendo un montón que se suscriban a su newsletter)

Las interrupciones son parte del día a día en el trabajo. No importa si estás o no presente en la oficina (aunque ciertamente es mucho más notorio cuando estás presencialmente en la oficina) de repente te llega un mensaje, una persona que te topa el hombro, alguien que te pide 5 minutos, alguien que te llama, te envían una invitación para una reunión urgente que empieza en ese momento, cosas del día a día, cosas comunes.

Muchas veces esas interacciones son necesarias pero muchas veces no lo son tanto. Una de las principales quejas que se tienen por parte de gente que regresó a la oficina luego de haber trabajado remoto es el nivel de interrupciones que llegan a tener y lo difícil que es poder concentrarse en el trabajo. Y no solo son las interrupciones directas, es el constante factor de distracción de la vida de oficina, conversaciones ajenas, videollamadas llevadas desde los puestos de trabajo, música mezclada de diferentes fuentes. Hemos creado mecanismos de eterna distracción y luego de haber vivido sin eso por meses, cuando se regresa es muy notorio.

Las personas ya tenemos encima pequeños dispositivos de distracción constante que nos acompañan en nuestros bolsillos, sumar la distracción del ambiente y las personas en la oficina al constante flujo de notificaciones de nuestros teléfonos es receta para no poder estar concentrados nunca. Muchas veces ya estamos tan acostumbrados a que en la oficina básicamente no se puede trabajar de forma continua que llega un momento en el que se acepta que no hay otra forma y por ende nos llevamos trabajo a la casa para trabajar en las noches, optamos por trabajar el fin de semana ya sea en la casa o acudiendo a la oficina vacía, un lugar donde sí se pueda trabajar de forma continua. Normal, se piensa, sino ¿cuándo trabajo?

La única forma de hacer trabajo significativo es tener bloques de tiempo donde se pueda hacer trabajo enfocado. Solo en eso. Sin distracciones. En remoto es teóricamente más fácil lograr esto, principalmente si se tiene clara la naturaleza asíncrona del trabajo remoto y no se tiene gente que esté constantemente buscando retroalimentación en línea. Cada quien puede buscar sus mecanismos y rituales para lograr bloques del día en que solo se haga trabajo de verdad.

Hay una frase que es común en todos quienes defienden el regreso a las oficinas (y que de alguna forma buscan atacar al trabajo remoto) donde dicen que es en esos pequeños encuentros, en esas interacciones casuales, donde se producen las grandes ideas, la serendipia, el estar juntos y lograr eso mágico que solo se puede lograr de formar presencial en la oficina. Como en todo es importante un equilibrio, mucha gente está como desesperada por igualarse en la interacción humana y van a la oficina solo para estar en el relajillo, en la chacota.

Es importante que la cultura de la organización fomente una buena forma de trabajo, el hecho de que las personas puedan organizar sus tareas, que puedan decir «no» a reuniones sin tener represalias, que puedan responder mensajes y correos según sea posible, donde se tenga claridad de qué es urgente y qué puede esperar, donde se respete la forma de trabajar de cada quien. Suena utópico, suena raro, pero no debería ser extraño, debería ser lo habitual que la gente pueda trabajar.

FOMO

El otro día me topé con este artículo de CNN donde hablan sobre el FOMO. Y claro que he sufrido de FOMO (son las siglas de Fear of missing out, miedo a perderse de algo) principalmente potenciado por la mucha atención que llegué a darle a redes sociales, principalmente a Twitter y principalmente hace unos 6 años. Es una sensación rara.

Estás tranquilo y de repente te agarra como que una urgencia de que veas el teléfono y veas qué pudo haber pasado entre este momento y lo que viste hace 5 minutos o hace 3 minutos o hace un minuto. Sacas el teléfono del bolsillo, no hay notificaciones pero desbloqueas igual y miras si tal vez hay algo, por si acaso, como si el teléfono o la app no te fueran a notificar, y de paso navegas por cada app que te gusta, Instagram, TikTok, WhatsApp, Facebook, lo que sea, y lo peor es que sí hay algo, entre la última vez que viste y este momento siempre hay algo nuevo, la gente sigue publicando cosas y miras en qué andan conocidos y desconocidos y crees que de alguna forma te estás quedando atrás, sientes que podrías estar mejor, que podrías estar como el resto de gente pero no estás así, solo eres tú, viendo de nuevo el teléfono y perdiendo unos minutos o unas horas, viendo la interminable secuencia de publicaciones de tu red social favorita que por algún motivo aunque te gusta ya no se siente tan bien ver.

Tener esa sensación de que te estás perdiendo de algo es turro, pero también es innecesario, es algo que te estás creando. Me demoré bastante en darme cuenta y sentirme incómodo con esto.

Realmente no te estás perdiendo de nada, al menos no de algo realmente importante. Ninguna tendencia que valga la pena (aunque sea por diversión) va a durar tan poco que necesite que estés conectado todo el tiempo y revisando el teléfono todo el tiempo y desbloqueando de nuevo por si acado y desbloqueando de nuevo aunque sabes que no hay nada nuevo para topar la pantalla y decir – ah, no hay nada – cualquier dato, información importante va a estar ahí cuando lo veas sin importar si pasó un minuto, una hora o un día o una semana incluso. El miedo a perderse de algo en redes sociales es ridículo.

Cuando me vi así y me avergoncé de ese comportamiento empecé a notar que estaba como zombie haciendo actividades que ya ni siquiera me entretenían. Empecé por ser muy radical y desinstalar las apps de redes sociales en mi teléfono. Empecé a usar plugins del browser para redireccionar hacia otras URLs cuando trataba de entrar a Twitter en la compu. Me di cuenta que el problema real estaba en el teléfono. El tenerlo siempre cerca me creaba esa necesidad de siempre desbloquear y revisar, como menso. Pero ya era más conciente, ya era más notorio para mí. Pero necesitaba ayuda. Empecé a ver un montón de videos y leer posts sobre cómo hacer esto más fácil.

De las recomendaciones que me funcionaron me quedé con la de eliminar en lo posible las notificaciones del teléfono. Me di cuenta de otra cosa, sacaba el teléfono como loco para ver si había algo en WhatsApp como todas las notificaciones estaban apagadas capaz que alguien me escribió algo urgente y debía estar revisando si había notificación en WhatsApp [el cerebro se las ingenia para hacer que te pongas a hacer esos hábitos que de alguna forma quedaron mapeados como agradables (aunque ya no lo sean)]. Entonces ajusté un poquito, activé el sonido en las notificaciones de WhatsApp y me repetía todo el tiempo «no hay nada que ver, no ha sonado la notificación, no hay nada que ver».

Luego de haber logrado esto encontré en la app de Google, Digital Wellbeing, un buen apoyo para tener visibilidad de mi uso del teléfono. Ahora sigo con ese empeño de dejar el teléfono botado. Se me convirtió en mantra lo de «no hay nada que ver», nada es tan crítico, y lo crítico es tan notorio que es imposible ignorarlo.

Así que sí, creo que estoy mejor en esto, ya no saco el teléfono de forma compulsiva, aún me falta pero creo que ya estoy en buen camino. Siento que estoy pasando del FOMO al JOMO (Joy of missing out, o la alegría de perderse de algo) me da satisfacción saber que aunque no lo tengo controlado del todo, ya tengo más control sobre esto y de verdad eso me da dicha.

Como cierre, el no estar tan atento al teléfono me ha dado unos momentos medio surreales. Estoy en reuniones con varias personas y de repente te das cuenta que todos están en silencio viendo sus teléfonos, sin importar la edad, niños, adultos, viejos; todos están ahí, viendo sus dispositivos en lugar de hablar los unos con los otros, como si se fueran a perder de algo, como si no se estuvieran perdiendo de mucho.